miércoles, 8 de diciembre de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

El retrato Oval

"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!"

jueves, 21 de octubre de 2010

El rey peste


...Sentados en soportes de ataúdes veíase una tertulia de seis personas, que trataré de describir una por una.
Enfrente de la puerta y algo más elevado que sus compañeros sentábase un personaje que parecía presidir la mesa. Era tan alto como flaco y «Patas» quedó atónito al ver un ser más descarnado que él. Su rostro era tan amarillo como el azafrán pero ninguna de sus facciones, salvo un rasgo, estaban lo bastante marcadas como para merecer especial descripción. Ese rasgo notable consistía en una frente tan insólita y a tal punto alta que más parecía bonete o corona de carne que cabeza natural.
Su boca se hallaba fruncida y curvada en un pliegue de horrenda afabilidad y sus ojos -como los de las restantes personas sentadas a la mesa- brillaban con los vapores de la embriaguez. Aquel gentleman iba vestido de pies a cabeza con un paño mortuorio de terciopelo negro ricamente bordado que caía al desgaire en torno a su cuerpo a la manera de una capa española. Su cabeza estaba profusamente cubierta de negros penachos como los que utiJizan los caballos en las carrozas fúnebres, que él agitaba de un lado a otro con aire tan garboso como entendido; en la mano derecha sostenía un enorme fémur humano con el cual acababa de golpear a uno de los miembros de la compañía para que cantase.
Frente a él y de espaldas a la puerta hallábase una dama de apariencia no menos extraordinaria. Aunque casi tan alta como el personaje descrito no tenía derecho a quejarse por una delgadez anormal. Al contrario, por las trazas se hallaba en el último grado de hidropesía y su cuerpo se parecía extraordinariamente a la enorme pipa de cerveza que, con la tapa hundida, habla cerca de ella en un rincón de la estancia. Su rostro era perfectamente redondo, rojo y lleno y ofrecía la misma particularidad, o más bien ausencia de particularidad, que mencioné antes en el caso del presidente, es decir, que tan solo un rasgo de su fisonomía requería una descripción especial.
El sagaz Tarpaulin observó en seguida que lo mismo podía decirse de todos los miembros de la reunión pues cada uno de ellos parecía poseer el monopolio de una determinada porción del rostro. En la dama en cuestión esa parte era la boca que, comenzando en la oreja derecha, se extendía como terrorífico abismo hasta la izquierda, al punto que los cortos pendientes que llevaba se le metían constantemente en la abertura. No obstante, ella se esforzaba por mantenerla cerrada y adoptar un aire digno. Vestía una mortaja recién planchada y almidonada que le subía hasta la barbilla cerrándose con un cuello plisado de muselina de batista.
A su derecha hallábase sentada una diminuta damisela a quien la dama parecía proteger. Esta frágil y delicada criatura presentaba indicios evidentes de una tisis galopante a juzgar por el temblor de sus descarnados dedos, la lívida palidez de sus labios y la leve mancha hética que afloraba a su cutis terroso. Pese a ello, un aire de extremado haut ton se difundía por toda su persona; lucía, con un aire tan gracioso como desenvuelto, un ancho y hermoso sudario del más fino linón de la India; sus cabellos colgaban en bucles sobre el cuello y una suave sonrisa jugueteaba en su boca; pero su nariz extremadamente larga, picuda, sinuosa, flexible y llena de barros, pendía más baja que su labio inferior y a pesar de la forma delicada con que de cuando en cuando la movía de un lado a otro con ayuda de la lengua, daba a su fisonomía una expresión ciertamente equívoca...

domingo, 3 de octubre de 2010

El gusano vencedor de Poe


Ved! En una noche de gala,
En los tardíos años desolados.
Una hueste de ángeles alados,
Envueltos en velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en el teatro, para ver
Un drama de temores y esperanzas,
Mientras la orquesta balbucea
La música de las esferas.

Unos mimos, hechos a imagen del Dios Alto,
Murmuran y susurran en voz baja,
Revoloteando de un lado a otro:
Simples títeres que vienen y van
Al capricho de unas vastas masas informes
Que recorren el escenario proyectando
Con sus alas de cóndor el invisible Dolor.

El drama apretado (que no caerá
En el olvido, estad seguros)
Con su fantasma perseguido sin cesar
Por una turba que no lo puede apresar,
A través de un círculo que siempre gira
Sobre el mismo espacio,
Y tanta locura, y aun más Pecado
Y el Horror como alma de la intriga.

Pero, ved! en medio del gesticulante tumulto,
Una forma reptante se introduce:
Una cosa sanguinolenta que se debate
En la soledad del escenario.
¡Se retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se convierten en su cena,
Y los serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en sangre humana.

¡Afuera, afuera las luces, afuera todo!
Y sobre cada sombra palpitante
Cae el telón, como una mortaja fúnebre,
Con el rugido de la tormenta,
Mientras los ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de pie y quitando sus velos declaran
Que la obra es la tragedia del Hombre
Y su héroe el Gusano Vencedor.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Edgar Allan Poe, El corazón delator.

...Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!